lunes, 9 de mayo de 2011
Hoy
Hoy, como siempre que estamos juntos, al separarnos siento una punzada en mi interior.
Hoy, como siempre que estamos juntos, deseo que se detenga el mundo para poder disfrutar de ti, de tu compañía, un poco más.
Hoy, como siempre que estamos juntos, siento que te quiero cada día más.
Malas vibraciones
La lechera es deprimente. Un habitáculo con tan sólo una ventanilla, pequeña y enrejada. No hay nada que no sea un sitio donde sentarte, metálico, frío, con aquel agujero por el que apenas puedes distinguir por dónde vas. El viaje no es muy largo, no más de 5 minutos, pero se hace eterno. Mientras, lo único en lo que pensaba, lo único a lo que le daba vueltas era a por qué yo. Abusos sexuales. ¿Cómo? ¿Cuándo?
Entramos en los juzgados por la puerta de atrás. Y de ahí al calabozo, donde por fin me quitan los grilletes. Encerrado, el tiempo sigue sin pasar. No sé qué hora es. No sé cuánto tiempo ha pasado desde que entré en la comisaría a las 8.30 de la mañana, una hora que se me antoja ya lejana. Y más de lo mismo. Si no he hecho nada, ¿qué pinto yo aquí?
En algún momento de la mañana, me vuelven a colocar los grilletes y me suben. Voy a prestar declaración ante la jueza. De nuevo aquellas miradas acusadoras, inquisidoras, tanto por parte de la jueza como del fiscal. Y de nuevo las mismas preguntas. ¿Es su coche tal? ¿Matrícula cuál? ¿Qué hizo el pasado día por la tarde, entre las 4 y las 8? ¿Le vio alguien? Y vuelta a repetir la historia. Si, es mi coche. Si, es la matrícula. Y a recordar...
Cuando por fin logro que alguien me diga algo, aunque sea de manera oficial, la jueza me espeta que unos vecinos vieron a una persona de mediana edad, estatura normal, pelo oscuro, gafas de sol, complexión normal, ni grueso ni delgado, vestido con vaqueros y una prenda de color, que abordaba a una señora por la calle tocándola libidinosamente. Y que más tarde vieron subirse a una persona que prácticamente coincidía con esa descripción en un coche como el mío. ¿Mediana edad? ¿Ni grueso ni delgado? ¿Pelo oscuro? ¿Gafas de sol? Vamos, como la mayoría de los españoles medios, creo. Ni una marca, ni una señal, nada que indicara que fuera yo. Sólo que alguien que se parecía a mi aquel día, aciago para mi, se propasó con una señora y un poco más tarde pasé a recoger mi coche, pensando los vecinos que fui yo quien cometió el delito.
Ya no sabes qué pensar. Un fiel defensor de la colaboración ciudadana como yo se ve envuelto en un problema (un grave problema) por una mala coincidencia. Y sigues dándole vueltas. ¿Y ahora qué me va a pasar? Con el tema de la violencia de género (o violencia machista, ya no sé cuál de las dos es la correcta) tan en boga, te imaginas de todo, pero nada bueno.
Sigue pasando el día y sigues dándole vueltas a la cabeza. Los nervios atacándome todo el cuerpo, trato de mantener la calma como sea. Canto, rezo, pienso... sobre todo, pienso en cómo acabé allí. Y por qué. Y en qué me va a pasar. Cada minuto que paso allí encerrado me doy cuenta de dónde no quiero terminar. Escuchando a los que, como yo, están allí detenidos, no tengo ninguna gana de salir de allí para ir al penal. Si termino en él, estoy acabado, perdido, defenestrado. Las historias de las películas se van agolpando en mi cabeza: peleas, drogas, bandas, ser la novia de alguien... Y la cruz que me quedará pegada, porque otra cosa no, pero en este país, como te pongan una cruz, con razón o sin ella, sabes que perdurará para siempre.
jueves, 5 de mayo de 2011
Día de perros
366 días ya.
Hace 366 días que pasé mi primer y último día en un calabozo.
Durante 12 horas estuve detenido. 12 interminables horas de mi vida que me sirvieron para no querer volver a estar ahí metido, entre rejas, en lo que me queda de vida.
A las 8.30 de la mañana entré en la comisaría. En la sala en la que me encontraba, 3 mujeres y un hombre, policías, mirándome de hito en hito. Palabras, más bien pocas. Nada más entrar, un "siéntese en esa silla" seco. La policía que se dirigía a mi me veía por encima de las gafas, chasqueaba la lengua, leía unos papeles y volvía a empezar. Al cabo de un rato, me pregunta si sabía qué hacía allí. Ni idea, respondí. ¿Tiene usted un vehículo marca Tal modelo Cual de este color? Si. ¿Su matrícula es ésta? Si. De acuerdo. Siéntese ahora en aquella silla y espere.
La espera te mata. Una sala grande. Dos mesas, cuatro personas emparejadas dos a dos. Oyes hablar muy bajo, casi susurrando. Sabes que están hablando de ti, pero sigues con las dudas, preguntándote qué haces allí. El tiempo no pasa. Sólo puedes mirar al frente, a una pared desnuda, color crema, con algún que otro desconchón. Se ve triste, deslucida, y ese sentimiento se te va incrustando en el alma cada minuto que pasa. Tic, tac, tic, tac...
Casi una hora después de entrar, aparece un nuevo policía. Me vuelven a mandar sentarme en la primera silla, ahora frente a los dos. Él parece ser el que manda, porque cuando ella empieza a hablarme, le dice que me comunique qué me está pasando. Otra vez esa mirada por encima de las gafas, escudriñando mi cara, mientras me suelta: "Está usted denunciado por abusos sexuales y, de momento, está usted detenido".
No vomité allí mismo de milagro. ¿Abusos sexuales? ¿Detenido? ¿Qué me están contando? "¿Recuerda usted qué hizo a lo largo de este día?" ¿Qué? De eso ya hace más de 15 días y, si apenas sé qué llevaba puesto hace dos, ¿pretenden que recuerde qué hice hace casi un mes? Están de coña...
Toca prestar declaración. "Puede usted declarar ahora o no, pero delante del juez no le va a quedar otro remedio. ¿Tiene abogado?". No tengo abogado, pero tampoco tenía el cerebro como para pensar en ello. "Le ponemos uno de oficio. ¿Declara ahora o espera?". Espero, claro. “Tardará un rato en llegar, así que vuelva a sentarse allí”. De nuevo la misma silla de antes y la misma pared, pero ahora la tristeza que me invade ya no tiene fin ni consuelo.
Mientras espero, aprovechan para hacerme la ficha policial: fotografías, toma de huellas dactilares, altura, peso y un cuestionario en el que van tomando nota de tus datos: color del pelo, de los ojos, de la piel, si tienes tatuajes, piercings, alguna clase de marca… Y de vuelta a la misma sala donde empezó todo. Supongo que es aprensión o susceptibilidad, pero mientras estás allí dentro, parece que todos con los que te cruzas te miran mal, hasta el punto en el que llegas a preguntarte dónde queda tu presunción de inocencia.
miércoles, 4 de mayo de 2011
365 días. 3ª parte.
Hoy, hace 365 días, pasé el peor trago de mi vida.
Hoy, hace 365 días, sentí mucho miedo.
Hoy, hace 365 días, sentí mucha soledad.
Hoy, hace 365 días, creí que el mundo terminaba.
Hoy, hace 365 días, mi vida cambió.
Hoy, hace 365 días, estuve detenido durante 12 horas.
Hoy, hace 365 días, aprendí a valorar mi libertad.
Hoy, hace 365 días, aprendí que tu vida puede cambiar en un segundo.
Hoy, hace 365 días, estuve preso.
martes, 3 de mayo de 2011
365 días. 2ª parte
Hoy, hace 365 días, disfruté como un enano de la moto.
Hoy, hace 365 días, llegué a casa pensando en que en dos días me volvía a marchar.
Hoy, hace 365 días, me faltaba tiempo para ir al otro lado del mundo.
Hoy, hace 365 días, me preguntaba qué estaría haciendo mi princesa.
Hoy, hace 365 días, recibí una notificación que me hizo estremecer.
Hoy, hace 365 días, me acosté pensando qué me depararía el día siguiente.
Hoy, hace 365 días, me dormí con una mala sensación en el cuerpo.
Hoy, hace 365 días, mi mayor problema era saber qué quería de mi la policía.
Pero esta es la segunda parte.
lunes, 2 de mayo de 2011
365. Parte 1
Hoy, hace 365 días, estaba pensando en cómo sería el viaje de vuelta.
Hoy, hace 365 días, comencé el regreso.
Hoy, hace 365 días, disfruté como un enano por lo bien que había salido todo.
Hoy, hace 365 días, me dormí a mitad de camino con un buen sabor de boca.
Hoy, hace 365 días, mi mayor problema era llegar sin novedad.
Pero esta es sólo la primera parte.