Te esperaré hasta que vuelvas.
Te esperaré siempre.
A veces deseo estrecharte entre mis brazos.
A veces deseo que me estreches entre los tuyos.
Y que se detenga el tiempo...
El caparazón del cangrejo
366 días ya.
Hace 366 días que pasé mi primer y último día en un calabozo.
Durante 12 horas estuve detenido. 12 interminables horas de mi vida que me sirvieron para no querer volver a estar ahí metido, entre rejas, en lo que me queda de vida.
A las 8.30 de la mañana entré en la comisaría. En la sala en la que me encontraba, 3 mujeres y un hombre, policías, mirándome de hito en hito. Palabras, más bien pocas. Nada más entrar, un "siéntese en esa silla" seco. La policía que se dirigía a mi me veía por encima de las gafas, chasqueaba la lengua, leía unos papeles y volvía a empezar. Al cabo de un rato, me pregunta si sabía qué hacía allí. Ni idea, respondí. ¿Tiene usted un vehículo marca Tal modelo Cual de este color? Si. ¿Su matrícula es ésta? Si. De acuerdo. Siéntese ahora en aquella silla y espere.
La espera te mata. Una sala grande. Dos mesas, cuatro personas emparejadas dos a dos. Oyes hablar muy bajo, casi susurrando. Sabes que están hablando de ti, pero sigues con las dudas, preguntándote qué haces allí. El tiempo no pasa. Sólo puedes mirar al frente, a una pared desnuda, color crema, con algún que otro desconchón. Se ve triste, deslucida, y ese sentimiento se te va incrustando en el alma cada minuto que pasa. Tic, tac, tic, tac...
Casi una hora después de entrar, aparece un nuevo policía. Me vuelven a mandar sentarme en la primera silla, ahora frente a los dos. Él parece ser el que manda, porque cuando ella empieza a hablarme, le dice que me comunique qué me está pasando. Otra vez esa mirada por encima de las gafas, escudriñando mi cara, mientras me suelta: "Está usted denunciado por abusos sexuales y, de momento, está usted detenido".
No vomité allí mismo de milagro. ¿Abusos sexuales? ¿Detenido? ¿Qué me están contando? "¿Recuerda usted qué hizo a lo largo de este día?" ¿Qué? De eso ya hace más de 15 días y, si apenas sé qué llevaba puesto hace dos, ¿pretenden que recuerde qué hice hace casi un mes? Están de coña...
Toca prestar declaración. "Puede usted declarar ahora o no, pero delante del juez no le va a quedar otro remedio. ¿Tiene abogado?". No tengo abogado, pero tampoco tenía el cerebro como para pensar en ello. "Le ponemos uno de oficio. ¿Declara ahora o espera?". Espero, claro. “Tardará un rato en llegar, así que vuelva a sentarse allí”. De nuevo la misma silla de antes y la misma pared, pero ahora la tristeza que me invade ya no tiene fin ni consuelo.
Mientras espero, aprovechan para hacerme la ficha policial: fotografías, toma de huellas dactilares, altura, peso y un cuestionario en el que van tomando nota de tus datos: color del pelo, de los ojos, de la piel, si tienes tatuajes, piercings, alguna clase de marca… Y de vuelta a la misma sala donde empezó todo. Supongo que es aprensión o susceptibilidad, pero mientras estás allí dentro, parece que todos con los que te cruzas te miran mal, hasta el punto en el que llegas a preguntarte dónde queda tu presunción de inocencia.